La sombra es aquella parte de nuestra realidad que no queremos aceptar de nosotros mismos, relegamos a un cuarto oscuro todas aquellas tendencias que consideramos “malas” y que lejos de estar ausentes, se instalan en nuestro inconsciente proyectando sobre otros todos esos “defectos” que en realidad son propios. Nos construimos una “máscara” que mostrar al otro, una conciencia de nosotros mismos que aliena o reprime todo aquello que consideramos que no es bueno que tengamos (impulsos eróticos, hostilidad, miedo, celos, envidia etc…) y que todos, dejemos esto bien claro, nos guste o no, tenemos.
Cada vez que decimos “yo soy esto”, debido al mundo dual en el que nos movemos, estamos afirmando “yo no soy aquello”, y todas esas negaciones son aparcadas y arrinconadas en un saco, que Jung llamó la “sombra”. Alguien que por ejemplo se vea a sí mismo tenaz o persistente y que considere dicha cualidad como “buena”, tenderá a clasificar su opuesto, ser “variable e inconstante” como algo “malo”. De este modo, esta cualidad pasa a su sombra, a su parte no reconocida y le predispone a favor de una cosa y en contra de otra, es decir, desterramos todas las cualidades positivas de “ser variable”. Un ejemplo donde se muestra magistralmente esta dualidad es la famosa novela de Robert Louis Stevenson Dr. Jekyll y Mr Hyde. El Dr. Jekyll es un científico honorable y bondadoso que crea una sustancia mágica que separa todo lo negativo de lo positivo de su personalidad dando origen a Mr. Hyde un personaje malvado que disfruta de la vida cediendo a sus más bajos instintos.
La sombra es por tanto, aquella parte de nosotros, de nuestra realidad, que no queremos reconocer ni aceptar y que fingimos frente al mundo no tener; otros quizás sí, pero nosotros no. De esta manera, nos ponemos límites, nos alienamos, y proyectamos fuera de nosotros todo eso que no nos gusta identificándonos con una imagen empobrecida e inexacta de nosotros.
Ahora bien, ocultar un problema nunca es solucionarlo. Cuando intento expulsar mi sombra, no nos estamos liberando de ella, no nos quedamos con un espacio en blanco en nuestra personalidad, sino más bien con un síntoma. Un doloroso recordatorio de que estoy ignorando en realidad una parte de mí mismo y que tarde o temprano saldrá a relucir a través de algún instinto o en algún momento de conflicto. Cuanto más fuerte me manifieste en una dirección, mayor será la sombra en dirección contraria.
¿Cuál es el camino entonces, cuál es el objetivo para eliminar la máscara, la sombra en mi conciencia? El autoconocimiento. Hay que remediar esa escisión que hemos creado, esa frontera entre lo malo y lo bueno, y poner nuestra mente en contacto con ambas partes. Es lo que se denomina conciencia de unidad, yo no estoy separado de mi sombra, ni del mundo que me rodea. No hay fronteras, no hay demarcaciones, no hay amigos y enemigos. Se trata de comprender que uno mismo es el TODO. Cuando esto ocurre se produce un crecimiento de la confianza en nuestras capacidades reales y la aceptación de nuestras limitaciones, activándose el potencial de desarrollo que hasta entonces no fluía. Al integrar la sombra, al aceptarla, somos capaces de cabalgar sobre ella y evitar que siga incordiándonos y convirtiendo nuestra vida muchas veces en un infierno.
Citando al escritor Ken Wilber, una de las mayores autoridades en el estudio de la conciencia, el camino no es otro que “volver a cartografiar el alma de manera que esos viejos enemigos se conviertan ahora en nuestros aliados”.