Podría hablar del camino de santiago como un viaje que consiste en ir cumpliendo etapas, en recorrer pueblos, ciudades, en sumar kilómetros y sellos que lo atestigüen. Podría hablar de los caminos más bonitos, los menos urbanos, los más largos o los más cortos. Podría hacer una guía de viaje e ilustrarlo con multitud de fotos, consejos o experiencias dignas de compartir. Pero no, siento que no es ése el poso que me ha dejado el camino; siento que responde más a sensaciones, a huellas expandidas por tus emociones que sólo con mirarte reconoces en los ojos de cualquier otro peregrino. El camino no se puede contar, o sí, pero no de la misma manera. Hay que hacerlo, vivirlo, andarlo y pasar a ser tú la credencial que sellan para no olvidar lo recorrido.
Una de las cosas de las que te das cuenta es que la idea de atravesar España siguiendo una estela que perdura desde hace siglos no se reduce a un viaje en el que durante unos cuantos días recorres algún camino de la península, haces un poco de ejercicio, charlas con unos alemanes por la mañana y quizás, de camino al albergue, con unos brasileños por la tarde. No, qué va, es mucho más que eso, y cuando lo recorres, pocas veces te devuelve igual que como lo empezaste.
El sentido del tiempo cambia completamente. No hay prisa por llegar, sino por estar. Es el momento en el que entiendes más que nunca aquello de prestar atención al ahora. Ese ahora que puede ser una aldea que abre las puertas a tu paso ofreciéndote lo que tiene sin pedir nada a cambio, o un olor a eucalipto que en cualquier bosque de repente te invade los pulmones o todas esas flechas amarillas que aparecen una tras otra con una coreografía digna de los mejores bailes moscovitas.
Entiendes el por qué de las fronteras que se empeñan en ponernos entre cuerpo y mente y eres consciente de que en realidad ambas están unidas, una no fluye sin la otra; si el cuerpo duele, la mente impulsa a seguir, siempre se puede dar un paso más, y si la mente se pone a trabajar es para alabar con una sonrisa interna el potencial que hasta ahora ignorabas que tenían tus pies. Te das cuenta de que nada es más importate que precisamente eso, la coordinación maestra de tu cuerpo- mente para llevarte a tu destino.
Lo que quiero decir con esto es que eres más consciente de tus verdaderas necesidades y los actos que las satisfacen, que la mochila pesa, que no necesitabas tantos jerseys, ni vaqueros o el vestidito para cuando llegues a Compostela. Todo eso se esfuma, AHORA incluso no importa tanto la meta, Santiago, importa llegar al albergue y descansar, importa una cama que sabe a gloria aunque la compartas con otras veinte personas, la ducha caliente que desentumece aunque carezca de tropecientos productos cosméticos, importa andar ligero y desechar lo innecesario, importa darte cuenta de que estás volviendo a lo que eres y no a todo lo que tienes.
Y eso se aprende, por uno mismo y por el contacto. El camino implica conocer a otros peregrinos de mil rincones del mundo, practicar el inglés o a veces, más bien, tus dotes de gesticulación, ayudarte y ayudar, compartir lo que tienes y aceptar de otros lo que necesitas, averiguar que los límites estaban infundados y que puedes más de lo que crees, alabar las endorfinas, las etapas completadas y venerar la acertada idea de haber salido de tu cascarón asfaltado.
Todo ese esfuerzo, la camaradería con otros, la energía física y psíquica que empleas día a día te van tonificando los músculos, vaya que si lo hacen… pero es cierto también que consigues vaciar el desván de las preocupaciones, sacar brillo a viejas ideas o generar otras nuevas, darte cuenta de que para sentirte pleno no necesitas tanto y lo que necesitas ya lo tienes.
En resumen, consigues quitarte los pesos internos y externos y rellenar esos huecos con las ganas de cambiar de dirección. Sientes como si te hubieran sacudido y agitado por dentro, como si hubieses ventilado todo lo que te estaba estorbando. Y cuando llegas a la catedral, a la meta, al destino, entiendes que el camino continúa. Ahora toca andar hacia ése que en el fondo sabes que quieres ser tú. Toca aplicar lo aprendido, y no olvidarse nunca de que estés donde estés, tú marcas tus pasos peregrino. Buen camino.